Durante el pasado mes de julio he descubierto algunas cosas y redescubierto otras. Está bien sorprenderse a uno mismo, las personas están un poco menos vivas cuando ya nada les parece nuevo. No es necesario que sean cosas transcendentales ni demasiado importantes. Esta lista es un buen ejemplo.
Descubrí un vegetal gracias a un perfume. De una persona que llama al brócoli “arbolito”, no esperéis que sea una experta en verduras y hortalizas. No me escondo, el ruibarbo era un completo desconocido para mí hasta que Hermès me lo presentó. Me compré su Eau de Rhubarbe Écarlate* sin tener ni idea de qué era el ruibarbo y pensando, ignorante, que era una flor. Me gustó su aroma diferente entre vegetal, fresco y floral. Un olor que nunca antes había olido firmado por la perfumista Christine Nagel. Además la dualidad olfativa del ruibarbo se extiende a sus propiedades, ya que sus hojas verdes son tóxicas mientras que el tallo escarlata es comestible. Me quedo con olerlo, merci.
Al hacer la maleta para irme de vacaciones a la playa, descubrí que cada vez necesito una más pequeña. Quizás con el paso de los años esté logrando mi objetivo veraniego de ir lo más desnuda posible y abandonar por completo la moda que el resto del año tan feliz me hace.
Desde pequeña me ha gustado hacer imitaciones -en la intimidad familiar y entre amigos- de personas con una manera peculiar de hablar y moverse. Hacía tiempo que no practicaba y he descubierto que, a pesar del paso de los años, no he perdido facultades.
Ser completamente consciente y asumir que me pone nerviosa -en el buen sentido- y que me altero por la emoción cuando llego en vacaciones, por mi primera vez, a mi cala. A efectos prácticos se traduce en que si mi hora prevista de llegada se retrasa por algún contratiempo, mi ceño se frunce tan rápido como mi humor se tuerce. Tan absurdo como inevitable, lo sé.
No soporto las conversaciones densas en la playa, ni siquiera como mera oyente lejana. En la orilla del mar se debería cumplir la misma norma de buenas costumbres que defendían nuestras madres en la mesa: nada de hablar de política, enfermedades ni dinero.
Confirmo que me horripila que me den dos besos con las mejillas embadurnadas de protector solar. Es totalmente innecesario. Un simple movimiento de mano, nada más.
La escritora Irène Némirovsky a la que llegué por su libro “Suite francesa” y la recomendación de
. No dejéis de leerla. A Milena, tampoco.Mi total intransigencia ante la mala educación en la playa. Una mañana divisé desde el mar como una completa desconocida dejaba sus cosas encima de mi esterilla. Mi mirada fulminante debió de llegarle a distancia porque cuando salí del agua ya las había quitado. Menos mal. Tampoco entiendo a aquellas personas que, habiendo espacio de sobra, se ponen demasiado cerca.
No deja de sorprenderme lo fisiológicamente defectuosa que soy. Cuando como, inmediatamente después me entra sueño. Si en las Olimpiadas existiera la disciplina de siesta sería, sin ninguna duda, medallista olímpica.
Una de las mejores sensaciones que nos brinda el mar -y para mí son muchas-, es la de deslizarte sobre su superficie únicamente con la ayuda del viento. Después de bastantes años, he vuelto a hacerlo sobre una tabla de windsurf y esta vez, además, en la mejor compañía. Aprendí con apenas diez años y, a pesar del paso del tiempo, la emoción al sacar la vela del agua, marcar el rumbo y coger velocidad fue exactamente la misma que entonces. El mar siempre nos devuelve, en cierto modo, a la infancia.
*No tengo ninguna relación comercial y/o publicitaria con Hermès. Ojalá.
El algoritmo me recomendó tus publicaciones así que he venido a curiosear un poco en ellas y me ha gustado mucho, así que te dejo por aquí un comentario. Sobre las conversaciones densas en la playa estoy totalmente de acuerdo, creo que nada puede ser mejor que disfrutar del sonido del viento y las olas. Un saludo!